Creo que la crítica más obvia de Indiana Jones y el Dial del Destino es que es un filme hecho con cierta pereza. No me malentiendan, es un filme mayoritariamente competente, es bastante coherente – al menos comparado con lo que pasa por películas taquilleras hoy – y está más o menos bien dirigido. Entonces, el problema no es el resultado de la tarea que Disney le puso al director James Mangold, sino que la naturaleza de la tarea misma. Verán, Dial del Destino es un filme caracterizado por un conflicto interno entre lo qué es y de lo que trata. 

Narrativa y temáticamente, la quinta entrega de la saga del famoso arqueólogo Indiana Jones es una película sobre cómo hacer para vivir en el presente. Estamos en la década de 1960 y nos encontramos con nuestro querido profesor (Harrison Ford) como un hombre fuera de su época que lucha para mantenerse al ritmo con una sociedad que está cambiando a su alrededor. Poco tiempo después de la muerte de su hijo (Shia LeBeouf), Indy está separado de su esposa, Marion (Karen Allen) y vive en un apartamento destartalado con vecinos ruidosos, mientras trabaja dando clases que no le satisfacen antes de su retiro. 

Así, se enfatiza la idea de que él es un personaje a quien la historia ha dejado atrás, un comentario que no sólo existe en el filme, sino que en el universo real en que éste ha sido producido. Indiana Jones fue el personaje central de una trilogía de películas de acción que alcanzó la popularidad hace treinta años, pero que luego cayó en desuso por casi dos décadas hasta una breve resurrección en el 2008 que fue recibida con ambivalencia. Así las cosas, siendo un personaje fuera de época en términos narrativos y metanarrativos: ¿hay algo más que decir este héroe? 

Tomando como punto de partida el involucramiento de científicos nazi en la constitución del programa espacial de Estados Unidos, El Dial del Destino encuentra a Indy envuelto en una carrera contra el tiempo en que el siniestro Jurgen Voller (Mads Mikkelsen) conspira por reconstruir el Antikythera, el Dial de Arquímedes. En una trama sacada de Kate & Leopold (otra película de Mangold), Voller considera que este instrumento le permitirá encontrar una fisura en el espacio-tiempo con que podrá viajar al pasado y salvar a la Alemania Nazi de la derrota. Así, tanto Indy como Voller son hombres “fuera de su tiempo” buscando una forma de regresar, o mejor dicho, escapar al pasado. 

No discutiré el clímax del filme aquí… No mucha gente la fue a ver al cine y supongo que algunas personas esperan “sorprenderse” con el filme en las plataformas (u otros lugares). Nada más diré que logran viajar en el tiempo y los personajes aprenden una lección importante sobre cómo hacer las paces con el presente.

Creo que es una lección muy conveniente en un momento de nuestra historia en que tanto la cultura popular, como la cultura política moderna pareciera fuertemente enraizada en una forma sofocante de nostalgia. Predomina la creencia de que lo pasado es mejor y que en las últimas décadas perdimos algo que necesita ser restaurado. Es un sentimiento perfectamente encapsulado en la producción cinematográfica actual. Por ejemplo, este año, para la tercera temporada de Picard se decidió eliminar a casi todo el elenco regular de la serie para traer al elenco de la Nueva Generación; o bien consideren cómo The Flash optó por sacar a Michael Keaton y George Clooney para que hicieran de Batman nuevamente. 

La nostalgia no es sólo una fuerza cultural, sino que es una fuerza política también. Sólo consideren la promesa de los partidarios de Donald Trump de “hacer a Estados Unidos grande otra vez”. O el planteamiento del populismo evangélico que busca revertir los pocos logros alcanzados en los derechos de mujeres y minorías sexuales en favor de una idea abstracta de “familias conservadoras”. Como diría Marilynne Robinson, el apelativo central del populismo y del fascismo contemporáneo “no es hacer política; sino que es una patología que combina nostalgia con resentimiento”. Esto es lo central del personaje de Voller: un hombre que ha pasado los últimos veinte años de su vida haciendo una repetición instantánea de la Segunda Guerra Mundial en su cabeza, al punto que sabe qué debe hacer para regresar en el tiempo y ganarla para los alemanes. De algún modo, la meta cultural y política del populismo hoy es usar la nostalgia que permita ganar el presente como una forma de rehacer un pasado que nunca fue. 

Sin embargo, por más atractivo que sería la exploración de esta temática, El Dial del Destino no está interesada y, en cierto modo, está en conflicto con esta discusión. Al contrario, buena parte de sus muy largas horas de proyección, son una compilación de los mejores éxitos de los cuatros filmes que le preceden en la franquicia, énfasis particular en la trilogía original. Es una película evidentemente aterrorizada por el conflictivo legado de su predecesora inmediata del 2008 y que ha decidido darle a la audiencia solamente lo que ya vieron en los filmes de Indiana Jones de los ochenta. 

El filme comienza con una larguísima introducción en que Indy se infiltra en un castillo ocupado por los nazis durante la Segunda Guerra Mundial, justo como en La Última Cruzada. Le sigue una muy prolongada escena de acción en un tren, también, igual que esa otra película. Más adelante, el filme sigue con una persecución por una ciudad en el Norte de África, justo como Cazadores del Arca Perdida, al tiempo que introduce a un personaje nuevo – un joven muchacho que sirve como compinche cómico ‘a la Short Round’ del Templo de la Perdición. El primer y segundo acto funcionan casi como un ejercicio para que la audiencia más informada adivine de dónde fue que sacaron la idea de cada escena. 

Uno podría engañarse pensando que Mangold está haciendo todo esto para dar un sentido de falsa seguridad a su audiencia antes de confrontar su complicidad en la formación de esta cultura de nostalgia, pero no. Este filme no es Alien: Covenant o The Matrix Resurrections; no existe como una respuesta furiosa a un público que quiere seguir viendo más de lo mismo que vio hace cuarenta años y que parecera esperar que los gráficos en computadora compensen la edad que se siente de sobra en el elenco original. Más bien, la idea de fondo es que la audiencia disfrute sin crítica o ironía la recreación de los filmes previos y su imaginario reciclado. Es muy literalmente un filme que reproduce el ayer, sin mucha crítica y sentido.

Esto es más que evidente en la factura. Hacer esta película le costó a Disney unos 300 millones de dólares (lo que es decir como unos 700 u 800 millones contando costos de publicidad y distribución). Imagino que mucha de esa plata se terminó usando en rejuvenecer a Ford para la secuencia inicial y diseñar, retocar y (asumo) asegurar al actor en las escenas en que el octogenario asume algún riesgo a su integridad física. Puesto de otro modo, El Dial del Destino es Disney gastando plata con el fin de ilustrar el mismo problema que esta misma película está criticando. Es un filme firmemente atrapado entre los incentivos en competencia de criticar, pero al mismo tiempo ofrecer nostalgia a su audiencia. La consecuencia lógica es un filme con grandes ambiciones narrativas pero que a la vez es lo mismo de siempre y por tanto, aburrido y olvidable.