Esta es una película biográfica sobre Robert Oppenheimer (Cillian Murphy), el físico estadounidense que supervisó el programa militar que construyó la primera bomba atómica del mundo durante la Segunda Guerra Mundial. Claro está, siendo un típico filme de Christopher Nolan, Oppenheimer viene narrada utilizando una trama de relatos diacrónicos sobre diferentes momentos de la vida del personaje principal (y otros más), pero interconectados temáticamente con la intención de… este… no sé… digamos porque es una película de Nolan y casi todas hacen más o menos lo mismo, ¿vale? 

Los ritmos son los usuales de la típica biopic: se narran los antecedentes básicos para “entender” al personaje y su vida – es decir, su carrera como profesor universitario, su activismo político, novias y amantes, etc. – para luego concentrarse en su opus: el Proyecto Manhattan y la construcción de la bomba atómica y después discutir el desenlace de sus conflictos personales e intelectuales por haber construido la bomba. El filme concluye con la persecución política de Oppenheimer por su supuesto activismo de izquierda, presentado en el filme como una forma de penitencia cósmica por su rol como “padre de la Era Nuclear”. Claro está, los eventos de esta última parte de su vida son narrados como los recuerdos de Oppenheimer y un rival político suyo – Lewis Strauss (Robert Downey Jr.) – durante dos audiencias de seguridad porque lo que ya dije, película de Nolan, líneas temporales entrecruzadas, y todo eso… 

En general, es un dispositivo digamos que “nolanesco” para abordar la típica pregunta que el público estadounidense se hace sobre este tema: ¿debió emplearse la bomba en Japón? Y a la que suma otras interrogantes morales sobre la conducta del personaje principal como su intento de envenenar a un profesor que le caía mal, su interacción con la policía política estadounidense y el abandono de su novia/amante. Todo esto es para romper el aura de grandeza de Oppenheimer, pero de una forma relativamente gentil, al tiempo que la principal confrontación es la de Oppenheimer y Strauss sobre el uso de tecnicismos jurídicos para herirse mutuamente los egos. 

Entonces, para aclarar: la película está bien. Es demasiado larga, pero compensa de algún modo con un ritmo adecuado. Sin embargo, me pregunté en más de una ocasión si era necesario emplear un estilo tan detallado. Los personajes y las actuaciones son efectivas. También es un filme honesto y bien investigado – casi todo se basa en el Prometeo Americano, una biografía relativamente buena construida de Bird y Sherwin. Entonces, el contenido histórico es sólido y además, a mí me gustan mucho estos relatos sobre científicos que deben lidiar con burocracias incómodas, abusivas y estorbosas. De modo que logra ganarse el premio a la película que debe ponerse la próxima vez que haya que dar una clase de historia sobre la Guerra Fría o la Era Atómica. 


Ahora bien, aunque hay mucho evento y debate histórico que comentar, temáticamente, el aporte de la película es algo contradictorio y dividido. A lo sumo, yo diría que el filme es una deconstrucción razonable de la “historia de los grandes hombres”, es decir ese estilo de relato y análisis histórico que asume que la historia es moldeada por individuos excepcionales; y que, de paso, es la fórmula usual de la típica biopic hollywoodense que busca ofrecer una hagiografía de su personaje principal (e.g.: Gandhi, La Lista de Schindler, etc.). 

Sí, Oppenheimer es una biopic que retoma elementos de las anteriores. El personaje titular se nos presenta como un individuo excepcional, inteligente, erudito e innovador. Es un tipo agradable y revolucionario, no sólo en su campo de estudio sino que en la cultura y la política. En el filme, Oppenheimer estudia Picasso, lee el Bhagavad Githa y medita sobre el contenido de El Capital. El filme llega a admitir que él quizás haya sido el único científico capaz de supervisar la construcción de la bomba atómica en el tiempo disponible. 

Pero, el filme también contiende que la historia es rara vez un solo relato univoco y narrado desde la perspectiva de estas figuras. La narrativa alterna entre los recuerdos de Oppenheimer y los de Strauss, bajo la idea de que la historia está formada de un conjunto de relatos en competencia fuera del control de los protagonistas. La grandeza y la intención tienen poco que ver con cómo termina contándose la historia, pues tal relato, concluye el filme, depende de un mundo demasiado caótico, arbitrario y aleatorio. 

Encuentro interesante la decisión de retomar tanta iconografía propia de los western en este filme. Los ejemplos sobran: Oppenheimer decide desarrollar el proyecto en el desierto de Nuevo México, anda a caballo por todas partes y supervisa la construcción de un literal “pueblo de frontera” en tierras indígenas y conectado casi exclusivamente por tren. Como ya señalé en una crítica previa, el western es un género fílmico que surge como la contraparte artística del mito del excepcionalismo estadounidense. En su centro subyace la noción romántica de individuos rudos que dan forma a la historia por medio de la fuerza de sus propias voluntades. Pero lejos de mantener esa imagen, una vez fuera de Los Álamos, el poder de Oppenheimer se cae a pedazos y su relevancia política se anula completamente.

En Oppenheimer, la ambición y los planes de estas “grandes figuras” parecieran condenados al descarrilamiento por el accionar mezquino y oportunista de la maquinaria política. Nuestro protagonista construye la bomba atómica con la intención de usarla contra los nazis, pero para el momento en que terminan de construirla, Alemania ya se ha rendido y otras personas deciden usarla en Japón. Él se imagina un orden atómico global constituido alrededor del plan de Franklin Roosevelt de un sistema reforzado de Naciones Unidas, pero Roosevelt muere antes de usar la bomba y la organización del mundo posatómico le queda a Truman, un oportunista. Strauss es recomendado para una posición en el gabinete de Eisenhower que finalmente resulta bloqueada por John F. Kennedy. Y, siendo presidente, Kennedy decide premiar y reconocer a Oppenheimer por su trabajo, pero su asesinato en 1963 deja los honores a Johnson. 

En las últimas escenas, Albert Einsten (Tom Conti) medita sobre la idea de que la historia marcha más allá de la vida de los individuos. Después de todo, la historia dejó a Einstein atrás y él mismo sugiere que hará lo mismo con Oppenheimer, cosa que el filme concluye afirmativamente también. Así, Oppenheimer es un rechazo enfático a la historia de los grandes hombres, y un reconocimiento de la historia como el resultado de fuerzas sociales más complicadas de entender.