Peluso, N.L. y P. Vandergeest (1996). ‘Territorialization and state power in Thailand’. Theory and Society. 24 (3): 385-426.
Este famoso artículo de Peluso y Vandergeest discute la forma en que poder estatal ha sido territorializado dentro de las fronteras de un espacio políticamente definido. Además, explora cómo es que ese proceso se relaciona con otros que determinan la forma en que se distribuyen derechos de acceso y uso a los recursos naturales y cómo se controla políticamente a las personas que habitan esos espacios y usan esos recursos. Según los autores, el estudio de cómo los estados hacen uso práctico del territorio para profundizar y perpetuar son control político sobre áreas geográficas tiende a encontrarse ausente en la mayoría de los análisis contemporáneos sobre el estado. El objetivo de los autores es atender este vacío teórico, analizando cómo el estado tailandés ha buscado hacerse del control de bosques ubicados en sus fronteras y cuál ha sido el efecto de las resistencias de comunidades e individuos a estas pretensiones.
Para ello, los autores emplean el concepto de territorialidad de Robert Sack. Territorialidad es una estrategia o “intento deliberado de controlar gente, fenómenos y relaciones mediante la delimitación y afirmación del control sobre áreas geográficas” (pp. 387-388). Territorialidad, entonces, es una estrategia de control que se centra en definir qué actividades y personas pueden ser incluidas o excluidas dentro de fronteras geográficas previamente definidas. La territorialidad funciona a través de actividades que permiten delimitar y clasificar una sección de espacio geográfico, definir los usos factibles de esas áreas y comunicar estas determinaciones a través del establecimiento de límites. Un factor instrumental en todo esto es la deliberación de esos territorios por medio del espacio abstracto, es decir, representaciones uniformes, equivalentes e ideativas del espacio social que facultan el planeamiento estatal del espacio social, a costas de la invisibilización de las realidades locales vividas en esos espacios.
Habiendo dicho eso, los autores argumentan que un territorio siempre se reclama, pero no siempre se posee, lo que abre espacios para la resistencia política. Así, argumentan que existen limitados ajustes entre la realidad del espacio vivido y el espacio abstracto definido por el estado, lo que ha llevado a la inestabilidad de las estrategias territoriales. Su postura en este punto particular les ha llevado a suponer que la creación de espacios abstractos está mediada por la pulverización de los espacios vividos (creo que esto arranca un debate interesante que atenderé con otro par de reseñas durante este mes).
En Tailandia, los reclamos territoriales del estado implican numerosas actividades como: 1) promover la inclusión y el fortalecimiento de actividades de grupos políticos que favorezcan el reconocimiento del poder estatal sobre los recursos naturales y 2) aplicar medidas que lleven a la exclusión de actores que tengan intereses diferentes a los del estado, incluyendo el uso de la violencia física para expulsar a comunidades enteras de los bosques. Curiosamente, aquí, las fuerzas políticas externas buscaron contribuir en fortalecer el poder estatal, reforzando el proceso de territorialización de esos recursos naturales.
“Para ilustrar estos argumentos, nos enfocamos en la territorialización de recursos y gente en áreas rurales, específicamente: (1) la territorialización del Siam/Tailandia rural, (2) esfuerzos estatales para tomar control de la administración de luchas por la tierra a través de programas para el registro mandatorio de títulos de propiedad con base en censos agrícolas y de propiedad, (3) esfuerzos estatales para controlar el uso de porciones significativas del territorio nacional, a través de la demarcación del bosque y su definición como tal.” (p. 391).
Los autores enmarcan estos procesos en un proceso de cambio en la naturaleza del poder político del Sureste Asiático. Allí, los gobernantes habían diseñado mecanismos de control político y soberano sobre la gente y, no necesariamente sobre el territorio. Así, las fronteras boscosas eran más zonas intermedias y no líneas claras de demarcación territorial. No obstante, en la medida que los poderes imperiales comenzaron a ejercer influencia y, sobre todo, a hacerse del control de la tierra con fines productivos, estos líderes comenzaron a utilizar mecanismos de control territorial para no ver su influencia política contrarrestada.
Con la aparición de prácticas comerciales en el sector forestal, el control territorial tuvo que hacerse más efectivo, definiendo líneas de demarcación y estableciendo autoridades estatales encargadas de regular el uso de los bosques. Nuevas escalas de gobernanza territorial fueron definidas para administrar estas prácticas, lo que implicó la inclusión de aldeas y pobladores dentro de mapas y planes de administración de los recursos forestales.
Posteriormente, el desarrollo de códigos legales sobre el uso de los suelos y los bosques llevó a una codificación de la propiedad privada en el territorio, lo que terminó acomodando al estado en formación a la par de los regímenes de producción capitalista que se empezaban a desarrollaban en el lugar.
Sin embargo, en todo esto, ha sido clara la resistencia local a estos procesos, lo que se refleja en el hecho de que, para 1970, sólo un 5% de la áreas fuera de las regiones centrales del estado tailandés fueron apropiadamente mapeadas y sujetas a censos registrales. La hegemonía de las estrategias estatales para reclamar, controlar, mapear y territorializar recursos y gente ha sido incompleta en este país. Para ellos, la territorialización es un proceso inestable en la medida que: 1) gente afectada por la territorialización necesariamente socavará estas prácticas ignorándolas o resistiéndolas, 2) los mandatos que la fundamentan pueden ser conflictivos y pueden llevar a ejercicios de control que son contradictorios, y 3) el estado a menudo se encuentra limitado a la hora de ejercer un monotipo sobre los medios para aplicar ese control político (especialmente en las fronteras).
Cabe destacar que los autores también reconocen que la territorialización estatal y los procesos de mercantilización del bosque y las tierras fueron procesos contiguos, pero no necesariamente ligados. Actividades como la creación de reservas forestales y programas de aldeización forzada de grupos nomádicos y semi-nomádicos (sobre todo en áreas sensibles), fueron desarrolladas con el objetivo de visibilizar el poder estatal, y en ningún modo, estuvieron determinadas por el interés de mercantilizar esos espacios.