513to6acl-_sx331_bo1204203200_Sack, R.D. (1986). Human territoriality: its theory and history. Cambridge: Cambridge University Press.

A pesar de su relevancia social actual, la discusión académica sobre territorialidad se origina en la biología y no las ciencias sociales. Este origen hace fácil comprender porque  los primeros argumentos que usan este concepto para explicar relaciones sociales tendieron a basarse en la idea de que el comportamiento territorial de los seres humanos era ‘natural’, y no aprendido o deliberado. Una porción significativa de la literatura sobre territorialidad humana sigue una postura biológicamente determinista, según la cual, la adquisición de territorio es parte de una conducta natural de los seres humanos. Por ejemplo: Robert Ardrey (1966) describe cómo las naciones y la propiedad privada son creaciones humanas derivadas de un imperativo territorial innato, que compele a esta especie a adquirir y defender agresivamente su espacio como mecanismo para garantizar su supervivencia.

Es obvio que esta perspectiva ha recibido muchas críticas. Éstas se enfocan en la falta de evidencia empírica para justificar tales afirmaciones y la presencia de saltos lógicos injustificados en la explicación, de los cuales, el más prominente es el hecho de que estos argumentos se sustentan en extrapolaciones de la conducta de animales para explicar el funcionamiento de sociedades humanas. Decir que la gente adquiere y defiende territorios porque está en su naturaleza, es justificar el conflicto social y el uso de la agresión y la violencia en las relaciones sociales sobre el territorio. Asimismo, pintar los deseos humanos de ‘poseer’ y ‘apropiar’ como naturales, en lugar de acciones y conductas culturalmente contingentes, terminan haciendo que estas declaraciones sociopolíticas y pseudocientíficas utilicen la máscara del conocimiento científico para legitimar, y hacer ver formas históricas y específicas de apropiación violenta del espacio como si fueran inevitables (i.e.: territorio estatal, propiedad privada, etc.).

Este libro de Robert Sack contiene una de las críticas más reconocidas a esa visión determinista de la territorialidad humana, así como una de las lecturas clave para entender cómo los contextos políticos, económicos, culturales y sociales condicionan la conducta territorial de nuestra especie. Para él, la territorialidad humana es un esfuerzo estratégico y deliberado de “un individuo o grupo para afectar, influenciar y controlar gente, fenómenos o relaciones, mediante la delimitación y afirmación del control sobre un área geográfica” (p. 19). En este sentido, los territorios se entienden como el resultado de prácticas sociales, ideas, relaciones y procesos, es decir, son creaciones humanas activas, producidas en el marco de circunstancias particulares y diseñadas para servir a fines sociales específicos, siendo quizás el más importante: excluir o incluir gente dentro de dinámicas sociales imperantes. Sack constantemente reitera este último punto para explicar que ese propósito dual de incluir y excluir que constantemente acompaña al territorio es precisamente lo que demuestra que éstas son creaciones humanas derivadas de objetivos y motivaciones y no algo producido por algún impulso natural.

Se sigue de esto que la territorialidad es un fenómeno social que no puede verse como divorciado de las interpretaciones más amplias de un determinado orden social. Al contrario, una vez construidos, los territorios se convierten en algo más que contenedores espaciales, dado que también son muy relevantes para la socialización, a través de numerosas prácticas y discursos. Se trata de dispositivos diseñados para “crear y mantener mucho del contexto geográfico a través del cual se experimenta y da significado al mundo” (p. 219).

Sack (pp. 32-34) argumenta que la territorialidad opera por medio de una gran cantidad de prácticas sociales (las cuales el denomina ‘tendencias’). Creo que hay tres que son muy relevantes. Primero, la territorialidad siempre implica una clasificación del área geográfica. Tal clasificación puede ser tan sencilla como dibujar una línea que divide lo tuyo de lo mío. Se trata de un acto informado por un contexto social a través del cual se comunican diferentes ideas significativas en la forma de autoridad, poder, derechos y justicia. Segundo, la territorialidad se comunica a través de símbolos, siendo los límites geográficos, el más común de éstos. Un límite es el indicador más evidente del control territorial, y por ende, del poder social prescrito espacialmente. Esto porque sirve para comunicar las implicaciones materiales e ideativas de estar ‘dentro’, ‘fuera’ o ‘en medio’ de un territorio determinado. Aunque se comunican discursos, existe una realidad material ligada a este acto comunicativo y que incluye cosas como: banderas, puntos de chequeo, fuerzas armadas, policía, protocolos de acceso, toda una economía política de la seguridad, etc.

Quisiera anotar la grandiosa manera en la que Sack discute cómo el límite ‘comunica’ el territorio, quizás esta es la razón por la cual tantos autores han terminado trabajando sobre límites y fronteras, dado que en la liminalidad de estar ‘dentro’ o ‘fuera’ es que se observa mejor cómo un territorio funciona en práctica y pensamiento. Habiendo dicho todo esto, mi trabajo trata sobre el proceso por el cual el territorio se produce internamente (i.e.: dentro de un espacio previamente delimitado), y eso es mucho más difícil de investigar que sólo hablar de límites y fronteras.

Tercero, la territorialidad siempre funciona de una manera que le permite ser reificada. Una forma de hacer esto es ocultando las relaciones personales que produce un territorio, haciéndolas ver como impersonales o naturales (i.e.: como cuando los derechos o la membresía a una comunidad está determinada por el domicilio de residencia de una persona y no por quién ejerce el poder político en un lugar). De hecho, existe un constante esfuerzo por construir la ilusión de que los territorios son ‘naturales’, con el objetivo de esconder el hecho de que estos son artefactos políticos diseñados para controlar y socializar a la gente. En palabras de Delaney (2005: 18):

“(el) territorio hace mucho de nuestro pensar por nosotros y cierra u obscurece nuestras preguntas sobre el poder y el significado, ideología y legitimidad, autoridad y obligación, y cómo mundos de experiencia son continuamente construidos, destruidos y reconstruidos.”

Las tendencias que plantea Sack son indicadores elementales de cualquier análisis sobre territorios y sus efectos en la vida cotidiana. Sin embargo, me parece que hay que hacer varias observaciones sobre las limitaciones de su teoría.

Primero, me parece que el libro parte de la idea de que existe gran coherencia en la forma en que un territorio opera y se ve en la práctica. El libro reboza de ejemplos de territorios caracterizados por límites claramente definidos y que son indiscutiblemente dominados por una persona, grupo o institución (e.g.: prisiones, distritos administrativos, casas, etc.). Aunque esta sea una forma generalmente aceptada de ‘ver el territorio’, o bien lo que siempre pensamos cuando nos hablan de un territorio, en la práctica los territorios no son tan ‘claros’ o ‘evidentes’ (o mejor dicho, los efectos del poder dentro de un territorio no son tan extremadamente marcados). En otras palabras, siento que su concepto no logra cubrir la mayoría de los ejemplos que pueden enseñar cómo un territorio es en la práctica.

Segundo y relacionado con lo anterior, creo que Sack confunde los efectos de la territorialidad con los efectos del territorio. Un territorio no se reclama, ni se impone de una vez por todas, sino que es más bien algo que se desarrolla con el tiempo; es una realidad co-construida y que es dependiente tanto de la estrategia que busca usar al territorio como un dispositivo de control, como de la gente que interpreta, malinterpreta, cuestiona y resiste esa estrategia y el mundo que comparten. En otras palabras, si bien es cierto que la territorialidad hace un asombroso trabajo en enseñar cómo el poder da forma al espacio social, es sorprendentemente, incapaz de hacer una lectura bien desarrollada de la política. Con esto quiero decir que, aunque el concepto ve con claridad el rol de procesos de dominación y subordinación en el espacio, le cuesta mucho ver otros que son igualmente relevantes de: contestación, resistencia, cooperación y adaptación. Consecuentemente, cualquiera que sea la territorialidad expresada, tiene que haber una dimensión política correspondiente que reflexione sobre los efectos de las reacciones de la gente en contra de la cual esa territorialidad es empleada.