(ADVERTENCIA: ESTA CRÍTICA REVELA DETALLES CRUCIALES DE LA TRAMA DE ESTA PELÍCULA)
Tomorrowland es una película que viene cortesía del director Brad Bird (Ratatouille y Los Increíbles) y del escritor Damon Lindelof (Lost, Prometheus, Star Trek: Into Darkness). Por ende, no resulta extraño: 1) que narre la historia de un grupo de individuos muy excepcionales que terminan rechazando los roles que les son asignados por una sociedad mediocre; y 2) que también sea un fracaso narrativo que abandona cualquier esfuerzo de presentar una trama cohesiva a favor de una película que es mitad aburrida y mitad confusa.
Hasta cierto punto, uno podría decir que Tomorrowland no es tanto una película, como un montón de pedazos de otras películas ligados entre sí con un tenue tejido conectivo. El primer acto está repleto de misterios e insinuaciones y se desarrolla a través de una típica ‘historia de viaje’. Pero, esto luego transiciona a un desenlace profundamente insatisfactorio centrado en un sermón sobre el futuro; mientras que, en medio, la cinta ofrece pistas de una mitología extensa, pero que dejan sin explorar a favor de los detalles menos interesantes del relato principal. La experiencia completa se siente como si en lugar de la trilogía original de la Guerra de las Galaxias hubiésemos tenido una sola película que arranca desde la segunda visita de Luke a Yoda, con todos los acontecimientos de Nueva Esperanza e Imperio Contraataca siendo relatados – a manera de exposición – por los personajes. Lo que es decir, Tomorrowland es un ejercicio realmente contraproducente.
¿La trama? El filme arranca en la Feria Mundial de 1964. Un niño inventor llamado Frank recibe un broche de una niña de nombre Athena (Raffey Cassidy). El broche es en realidad una llave que termina transportando al chiquito a Tomorrowland, una ciudad construida según la imagen del futuro a como era pensado en los ’50 (i.e.: progreso social a partir del desarrollo científico y económico… con ciudades brillantes de vidrio, metal y concreto, robots por todas partes, cientos de carros flotantes y una vida cotidiana totalmente automatizada).
Inmediatamente, la historia salta a nuestro presente. En esta época, el pesimismo reina en las noticias. El gradual desmantelamiento del programa espacial de la NASA se nos presenta como el ejemplo de una sociedad que ha renunciado a un futuro a la “Viaje a las Estrellas” – con sociedades que han resuelto sus necesidades sociales básicas al punto de que se único fin es un optimista automejoramiento científico mediante el viaje interplanetario, a cambio de uno al estilo de los “Juegos del Hambre”, en el que todo se resume en anti-utopías que ensalzan los más oscuros aspectos de nuestra naturaleza.
Es aquí que encontramos a Casey (Britt Robertson), una muchacha muy dinámica que se niega a creer en ese futuro pesimista, esto al punto de que cada noche sale a sabotear las máquinas de la NASA con el fin de retrasar las demoliciones de las viejas plataformas de despegue del programa de transbordadores espaciales. Muy pronto, estas acciones llaman la atención de una aún joven Athena, quien le entrega un broche que, en este caso, contiene una proyección holográfica de Tomorrowland. El conocimiento adquirido por Casey de esa ciudad termina obsesionándola con encontrar esa ciudad, al tiempo que la convierte en blanco de varios robots asesinos. Esto la lleva a buscar la ayuda del ahora envejecido Frank (George Clooney), quien puede que conozca como viajar a ese lugar.
En resumidas cuentas, y en seguimiento de la aparente admiración del director Brad Bird respecto al objetivismo de Ayn Rand, tenemos algo así como La Rebelión de Atlas a la Walt Disney. Los paralelismos entre ambas obras son inequívocos, al centrarse, ambas, en el relato de entusiastas mujeres jóvenes, quienes, desilusionadas por un mundo que se hunde en la mediocridad, buscan a genios que les permitan entrar en ciudades secretas, habitadas por los mejores especímenes de la humanidad y diseñadas para que éstos puedan desarrollar sus artes sin la mezquina interferencia de la “gente normal”.
El gran misterio de fondo del relato tiene que ver con los orígenes y destino de Tomorrowland. Verán, a principios de siglo, una organización formada por los individuos más brillantes del mundo decidieron crear un espacio seguro (en otra dimensión) donde pudieran innovar y crear soluciones para desarrollar un futuro libre de la avaricia, la ganancia económica, la política y (dicho implícitamente) la majadería de la gente normal. Tomorrowland es el resultado del trabajo de estos ‘Plus Ultras’, cuyo plan incluía enviar a niños-robot a la Tierra, como Athena, para reclutar a personas potencialmente excepcionales. Tarde o temprano se esperaba revelar la ciudad a la humanidad y hacer de ese ‘modelo del futuro’, el futuro real.
Sin embargo, algo salió mal. Una invención de Frank – la misma que lo llevó al exilio – provocó que el líder de Tomorrowland, el cínico Gobernador Nix (Hugh Laurie), cortara contacto con La Tierra, convirtiendo al planeta en un lugar retrógrada y pesimista que se resiste al progreso.
Claramente, la metáfora de Tomorrowland sobre el valor liberador de una visión claramente modernista y occidental del futuro está pasada de tono, pero no es eso lo que la hace una causa perdida. El problema es que esta película no confía en el intelecto de la audiencia para que entienda este mensaje, cosa que la lleva a hacer uso de una exagerada cantidad de exposición que deriva en una aburrición de segundo acto. Por ejemplo, dado que Lindelof considera que es muy difícil considerar a la entropía imaginativa o el pesimismo ‘anti-desarrollista’ como el principal antagonista de la historia, Tomorrowland termina atragantándonos con una explicación demasiado literal de los hechos, y que incluye, a un villano tangible al que hay que vencer, y a una máquina del fin del mundo que hay que destruir. En efecto, el desenlace básicamente consiste en cada personaje relatando sus motivaciones filosóficas de la forma más robótica posible, obviando la regla de oro de ‘enseña y no cuentes’.
Además, está claro que sobran las decisiones narrativas estúpidas que convierten temáticas de fondo en aspectos literales. Por un lado, está el hecho de que la desilusión gruñona de Frank deriva de haberse enamorado de Athena cuando ambos se veían de la misma edad, perdiendo los estribos cuando él se dio cuenta que ella era una robot, para todavía sentirse despachado ahora que es un adulto. Simbólicamente esto tiene mucho sentido: Athena es la metáfora ambulante de la promesa del futuro que atrajo a Frank, y que luego lo excluyó sin mucha ceremonia, con su exilio de Tomorrowland. Pero, tomado literalmente, esto es ver a George Clooney despachado/enamorado por una niña de 11 años… y por Dios, ¡¿cómo una cosa tan repugnante logró pasar los controles de producción?!
Por otro lado, tenemos la gran sorpresa. El punto central de la película es que, antes de ser exiliado, Frank inventó una máquina que puede calcular/predecir el futuro. Predicciones de un futuro ecológicamente desastroso en La Tierra llevaron a Nix a abortar la unión de los Plus Ultra con la gente normal. En su lugar, Nix usó el invento de Frank para reforzar la idea de que ‘el fin está cerca’ en el subconsciente global. Su objetivo era que esto provocaría una reacción para salvar el planeta. Pero, en la práctica, esto hizo que la gente aceptara la situación y empezara a ‘adorar’ la idea de una anti-utopía inevitable, causa fundamental de la entropía anti-desarrollista que Casey ha estado combatiendo toda su vida.
Ese es el mensaje de Tomorrowland a las masas: la popularidad actual de futuros oscuros y anti-utópicos está arruinando el mundo de formal literal, pues se trata de una profecía autocumplida, y lo único que puede salvarnos es el futurismo desarrollista de ‘todo es posible’ à la John F. Kennedy con el que comulga Bird. Concuerdo con este mensaje, pero sólo en parte.
La anti-utopía por anti-utopía que usualmente se ve representada en la literatura más reciente para adultos jóvenes muchas veces no tiene sentido, bueno más allá de presentar un futuro aciago que asemeja las preocupaciones e inseguridades de los mismos jóvenes a quienes se dirigen esas obras. Sin embargo, como género literario o fílmico, el valor de la anti-utopía – tal y como los mismos relatos utópicos – son aportes críticos muy valiosos, en tanto ofrecen imaginarios desde donde criticar lo que está mal con nuestra realidad. Por ejemplo, 1984 es una crítica al totalitalitarismo, Blade Runner es una crítica a la opresión racial y de clase, y Alien aborda los impactos políticos de la acumulación desmedida de capital.
Además, no puede desdeñarse el hecho de que puede que haya más películas, libros y juegos de vídeo basados en anti-utopías porque estos relatos son más susceptibles de ser filmados que historias utópicas. Al final de cuentas, es más fácil hacer buen drama con base en situaciones de injusticia estructural y conflictos sociales, que en aquellas en las que éstos no existen.
Regresando a la crítica, temáticamente, es difícil obviar la oda al modernismo capitalista que sirve de subtexto para Tomorrowland. Pero resalta más el total desastre que es la ejecución final de estas ideas. La cinta nos dice que Casey es ‘especial’ e ‘inteligente’ y, por ende, la única persona que nos puede salvar. El problema es que en ningún momento se nos dice por qué. Lo más que se hace es demostrar su habilidad de usar nuevas tecnologías y su actitud super optimista de la vida. Eso está bien, pero también hace sentir que la salvación humana depende nada más de un tema de actitud, lo cual hace que la premisa se sienta un tanto vagabunda. De hecho la impresión que queda es que Tomorrowland aspiraba a alcanzar a La Rebelión de Atlas, pero terminó contenta con ser un libro de autoayuda.
Tomorrowland es así: un trastabilleo confuso, complicado, contraproducente y un poco aburrido que pareciera ser incapaz de mantener una sola posición. Más problemáticamente, Tomorrowland es una cinta totalmente ciega de su contexto político. No digo que hoy vivamos en una utopía, pero debería haber una pizca de autocrítica de los guionistas antes de poner a Frank, un gringo blanco cincuentón, a decir que el pasado era muchísimo mejor; especialmente cuando “en sus días” era rutina que manifestantes de los derechos civiles fueran recibidos con perros de traba y mangueras de incendios; o que la idea de progreso no contemplaba siquiera impactos sobre la base natural del planeta, o que era totalmente aceptado que la cura de ‘lo tradicional’ era ‘lo occidental’.
Yo de veras quería querer esta película. Algunas ideas de fondo y que sirven de esqueleto para la historia – especialmente aquellas en la línea de Bioshock à la Disney – son fascinantes. Pero lo cierto es que antes de exponer esas grandes ideas, es necesario tener una película, cosa que no encuentro aquí. Tomorrowland es una clase magistral sobre un discurso muy dudoso del futuro y desarrollada en la estructura de una película a medio hacer.
5/10 – Mediocre
Director: Brad Bird. Guión: Damon Lindelof y Brad Bird. Fotografía: Claudio Miranda. Edición: Walter Murch y Craig Wood. Actuación: Britt Robertson, Raffey Cassidy, George Clooney, Hugh Laurie, Thomas Robinson, Tim McGraw y Kathryn Hahn. Distribución: Walt Disney Studios. País: Estados Unidos. Duración: 130 minutos.