Si ustedes leen este blog con cierta regularidad (y ¿por qué no lo harían?, excepto que quieran herir mis sentimientos 😦 ), saben que yo adoro el clásico de acción de Paul Verhoeven: Robocop (1987). La razón es el balance que hay entre la violencia retratada allí con su inteligente abordaje de la realidad política en que fue filmada. Aunque desarrolla una sátira de la cultura popular y política de los Estados Unidos de los ochenta, lo hace con un claro nivel de sofisticación; dando golpes sarcásticos al consumismo contemporáneo en medio de una celebración muy sincera de la mitología del justiciero armado; y desmantelando los fundamentos ideológicos y materiales del capitalismo y el conservadurismo reganiano, pero sin descender a un moralismo maniqueo.

Ahora bien, como sucesora de este grandioso clásico de acción, tenemos a la igualmente titulada Robocop (2014); una superproducción millonaria, sin un ápice de violencia gráfica y la cual toma la forma de una clase de escuelita de por qué la guerra con drones es algo muy, pero muy, muy malo. El nivel de autocensura de este filme es tan ridículamente alto (e.g.: Robocop tiene un taser y no una pistola; y sus contrincantes son mayoritariamente otros robots) que termina negando su propia postura política. Esta cinta es un ejemplo de cineastas que no quieren hacer olas… que no quieren incidir en una discusión política seria. Se trata de una película que busca ubicarse en una postura anti-drones, pero de la que uno sale pensando que el mensaje es que el uso de drones no es una mala idea, siempre y cuando confiemos en la gente que los usa.

La trama: en el futuro cercano, Raymond Sellars (Michael Keaton) es el presidente de OCP, una corporación multinacional especializada en el campo de la robótica, y que se encuentra en una posición de dominio sobre la industria militar estadounidense. OCP hace su plata vendiendo robots para misiones de invasión y pacificiación en todas partes del mundo, excepto dentro de los Estados Unidos, donde existen leyes que prohiben el uso de drones. La empresa quiere empezar a vender estas máquinas para uso policial, exponiéndolo como un mercado gigantesco, a pesar de que en ningún momento se presenta que haya problemas de criminalidad serios que justifiquen la movida. Para ello, se busca cambiar la opinión pública sobre los drones, y así, la compañía decide salvar la vida del detective Alex Murphy, reconstruyéndolo como Robocop, y poniéndolo a vigilar las calles de Detroit. Robocop tiene todas las habilidades de combate de un dron, pero también cuenta con una conciencia humana.

Lo único que salva al filme es su elenco de reparto. Las escenas entre Michael Keaton y Gary Oldman (el científico de OCP que transformó a Murphy en Robocop) son geniales. Oldman, como siempre, es fantástico, y su aparición inicial en la cinta es uno de los puntos altos. El mejor material dramático es la escena en que Murphy (Joel Kinnaman) acepta su destino, en particular el momento cuando se da cuenta de lo que hay dentro de su traje. Hay muchísimo material expositivo en la cinta (lo que prueba que los cineastas tampoco entendieron lo que Nolan estaba haciendo con Batman Comienza), pero al menos es un abordaje fresco e interesante.

Por lo demás, la cinta está repleta de cambios errados. Uno pensaría que la inclusión de la familia de Murphy en la trama supondría mayor atención sobre la perspectiva de ellos del viaje personal de Murphy para retomar su humanidad… pero no, ellos sólo están ahí porque el final ocupa una damisela en peligro. De hecho, este es el tipo de películas que asume que señalar que la esposa de Murphy (Abbie Cornish) es rubia y guapa constituye suficiente desarrollo de personaje. En la misma nota, el personaje de Nancy Allen, como la atípica, directa y dura oficial Lewis, ha sido, para efectos de este filme, transformada en un mae (asumo porque para la cinta es inconcebible que tengamos mujeres policías en la actualidad).

Todo el filme se siente así: como una vacía versión de un mejor filme (el cual, resulta siendo referenciado en más ocasiones de la cuenta). El filme usa violencia cuidadosamente diseñada, desarrollada y censurada por computadora, en lugar de brutal y gráfica violencia sin restricciones. El filme quiere decir que es sobre ideas serias, pero olvida toda la postura política del pasado para convertirse en un genérico filme de acción, incluso al punto en que los personajes corporativos se presentan a sí mismos como villanos, incluso antes de que hagan algo realmente malvado. El climax lidia con un intento por parte de Sellars de encubrir su participación en los hechos del filme, incluso a pesar de que, para ese momento, no hay crímen que encubrir. Si a esto le sumamos que la acción no está bien filmada y que una de las escenas más relevantes de la película se desarrolla totalmente a oscuras, tenemos entre manos una receta para el fracaso.

Incluso en la narrativa principal se pierde el punto de su predecesora. Mientras Robocop (1987) lidió con el debate intelectual de una máquina que debe aceptar que también es un hombre, y buscar consuelo en la incapacidad de una respuesta fácil ante tal dilema; el Alex Murphy moderno pareciera andar modificando su programación de formas que los científicos no pueden contrarrestar, como resultado de la inexplicable e indómita fuerza del alma humana. La escena en la que uno de los científicos sale con este punto fue el momento en que esta película dejo de importarme. O sea, si yo quisiera ver Tocado por un Ángel… bueno, la verdad es que primero me sacaría los ojos con una cuchara de té… pero bueno, ustedes entienden el punto, ¿no?

Ahora bien, uno podría argumentar que esta película trata de hacer un comentario interesante en términos de su propia elaboración. Constantemente tenemos personajes hablando sobre cómo hacer a Robocop más amigable con la familia, más cálido, emocional y llamativo, para luego revertir su postura a algún aspecto del original. Pero esto no excusa el hecho de que la cinta simplemente no funciona. Usamos cerca de dos tercios de la película planteando la noción de Robocop sólo para lanzarlo – en menos de media hora – a resolver su propio homicidio y alcanzar el clímax confrontando a los villanos corporativos. Francamente, se trata de un filme de Robocop en el que tenemos muy poco Robocop.

Los méritos son muy pocos. Es una cinta de acción totalmente genérica y desechable, lo cual queda perfectamente reflejada en una actuación principal débil y carente de carisma de Joel Kinnaman (el cual no logré distinguir de Sam Worthington, Joel Edgerton o el otro montón de tipos blancos intercambiables que Hollywood trata de presentar como ‘estrellas de cine’). Asimismo, la cinta cuenta con un comentario político carente de contexto como para hacerlo punzante o relevante. De hecho, la gran idea de sátira política de este filme es traerse a un aburrido Samuel L. Jackson, para darnos constantemente un rídiculo punto de vista desde la derecha conservadora (a la Fox News) sobre las temáticas políticas y morales insertas en los hechos tratados. Se trata de una adición que sería hilarante, provisto que no sepan de antemano quién es Stephen Colbert.

Sí, yo sé que mucha de esta crítica ha sido una comparación con la cinta previa, pero lo cierto es que eso es inevitable si consideramos que la existencia de esta película depende del éxito del clásico de acción que le precede. Al menos si los creadores de esta cinta hubiesen hecho un esfuerzo de hacer algo realmente nuevo o una secuela de la franquicia de los noventa pudimos haver llevado a estos personajes a lugares nuevos y más interesantes. Pero, al ir en la misma dirección que el clásico precedente, Robocop (2014) pareciera más un acto de vandalismo artístico que otra cosa.

3/10 – Mala

Director: José Padilha. Guión: Joshua Zetumer (basada en Robocop de Edward Neumier y Michael Miner). Fotografía: Lula Carvalho. Edición: Daniel Rezende y Peter McNulty. Actuación: Joel Kinnaman, Gary Oldman, Michael Keaton y Samuel L. Jackson. Distribución: Metro-Goldwyin-Mayer Pictures y Columbia Pictures. País: Estados Unidos. Duración: 118 minutos.