Robocop (1987) es una de las películas más conocidas de Paul Verhoeven, y además, una de mis favoritas. Yo supe de la existencia de esta cinta cuando tenía ocho años y, aunque terminé viéndola hasta que cumplí los trece, me enamoré de inmediato de ella. Las razones eran obvias: esta es una cinta sobre robots, explosiones, robots más grandes, sangre, sexo, malas palabras y otro montón de cosas que se suponía que no debía estar viendo a esa edad. Pero, lo que realmente garantizó mi afecto por esta película fue que, a diferencia de todas las otras cosas ridículas que me gustaban cuando era güila (inclúyase: G.I. Joe, los Transformers, las Tortugas Ninja, Boltron, etc.), Robocop se puso incluso mejor cuando tuve el chance de verla siendo adulto.

Sí, la sangre, los robots, el sexo y las malas palabras siguen ahí, pero Robocop también es una película inteligente que maximiza su historia, fotografía, estética y temáticas para ser más que la suma de sus partes, al tiempo que introduce una ácida crítica sobre el futuro de las políticas de combate al crimen, el rol de la empresa privada en la aplicación de la ley y el neoliberalismo en Estados Unidos durante los ochenta. Todo esto reverbera al día de hoy con el uso cada vez más cuestionable de drones para garantizar la seguridad nacional de ese país, la privatización de prisiones estatales y en torno al uso estatal de empresas privadas de seguridad dentro y fuera de sus fronteras. Para mí, ésta es una de las mejores cintas de los ochenta, y aunque desafía cualquier categorización sencilla por género, también es una de las mejores películas de ciencia ficción en la historia. Yo la pongo a a la par de otras favoritas mías como Blade Runner (1982), La Ira de Khan (1982) y Aliens (1986), como excelentes obras de ciencia ficción que retienen gran relevancia cultural, histórica y política, a pesar de los años.

La premisa: estamos en Detroit, en el futuro cercano, los niveles de criminalidad han aumentado por los cielos y el colapso económico de la industria local ha provocado una fuerte degradación de las finanzas municipales. Con una ciudad al borde de la ruina, el alcalde decide concesionar las fuerza policiales a Omni Consumer Products (OCP), una corporación transnacional interesada en combatir la criminalidad y hacer ganancias en el proceso. En vista de que los policías de la ciudad se oponen a esta medida y amenazan con huelgas para evitar convertirse en empleados de esta empresa, los ejecutivos de OCP buscan medios alternativos para reducir los altos niveles de inseguridad y garantizar el orden público. Con ese fin se desarrollan diferentes esfuerzos para dotar a la ciudad de una fuerza de robots-policías que reemplace a sus contrapartes humanos. En esta línea, tenemos dos proyectos diferentes: por un lado, la vieja guardia de OCP, representada por el despreciable Dick Jones (Ronny Cox), propone el uso de amenazantes robots llamados ED-209. El problema es que estas máquinas están repletas de fallas operativas que harían imposible su uso como agentes de la ley.

Por otro lado, los ejecutivos más jóvenes de la empresa, representados por el igualmente despreciable Bob Morton (Miguel Ferrer), proponen una alternativa a los ED-209. Su programa busca utilizar ‘cyborgs’, es decir, androides mitad humanos-mitad robots que operen con cerebros humanos y bajo un conjunto de protocolos que garanticen cierto grado de autonomía para el cumplimiento de su misión. Morton y su equipo encuentran al candidato perfecto para el prototipo de estos cyborgs en Alex Murphy (Peter Weller), un policía que resulta baleado durante una redada. Tras su muerte clínica, la OCP adquiere sus restos y, usando, tecnología propia de Frankenstein, terminan creando a Robocop, un cyborg diseñado con el objetivo de combatir el crimen, pero con la capacidad intelectual de definirse autónomamente objetivos y medios necesarios para cumplir esa misión.

Partiendo de esta premisa, esta película pudo fácilmente haberse convertido en una tonta fantasía de poder. Una blanda mezcla entre Judge Dredd y El Hombre Nuclear, operacionalizada en un collage de violentas escenas de acción en que nuestro robot-policía agarra a balazos a ladrones, homicidas y violadores, y amarrada bajo una ridícula trama repleta de villanos caricaturescos a la Joel Shumacher, en reflejo de ideas populares sobre la criminalidad urbana. En su lugar, tenemos aquí una creación realmente única. Con una duración bastante compacta (sólo 102 minutos), Robocop nos ofrece a un elenco fantástico repleto de personajes memorables, un mundo denso y detallado (reflejado en un conjunto de graciosos segmentos de noticias y anuncios de televisión), un guión rico en frases célebres y referencias satíricas sobre la sociedad y el tiempo en que fue filmada; y todo envuelto en una de las películas más violentas que la humanidad jamás ha visto… pero que a la vez, justifica cada litro de sangre falsa derramada en el escenario.

Robocop es una cinta que se sale con la suya porque: a) sus creadores siempre tomaron la decisión más inteligente cuando la filmaron y b) con todos sus excesos, ésta es una cinta perfectamente bien enfocada y balanceada. Robocop nunca abandona su historia central. Tenemos en Alex Murphy a un hombre perfectamente ordinario que de pronto se ve separado de su vida normal por razones ajenas a su control. Habiéndolo perdido todo, incluso su identidad, él decide embarcarse en la misión de resolver su propio homicidio. Su objetivo no sólo es cobrar venganza sobre quienes lo hirieron en un principio, sino que reconstruir su humanidad perdida, bajo la tonelada de circuitos, cables y software que constituyen su nueva realidad física.

En su búsqueda por venganza, Murphy descubre un rastro de corrupción que apunta a que los causantes de su desgracia son las altas autoridades de la empresa que lo regresó a la vida. Esta es la ‘gran idea’ del filme: que quizás no sea una buena idea dar el control de las actividades de aplicación de la justicia a empresas privadas, pues podrían terminar representando intereses que entren en conflicto con los del resto de la sociedad. Pero Robocop no se pierde en el laberinto de pesadas narrativas simbólicas en donde las aspiraciones individuales del personaje se recomponen como una lucha en contra de la estructura social.  Al contrario, la gran idea se desenvuelve en el contexto de una trama totalmente centrada en el drama personal de nuestro protagonista.

Esto no significa que a la cinta no le interese atender su rica temática. Todo lo contrario, Robocop provee una interesante sátira de las realidades de la seguridad ciudadana en el neoliberalismo. La única diferencia es que decide hacerlo de forma más sutil, a través de aspectos de su contexto narrativo y por medio de herramientas más inusuales, como la forma en que presenta sus escenas violentas. La trama de esta cinta comienza con una escena en la que ED-209 agarra accidentalmente a balazos a un empleado de la OCP durante una reunión de trabajo, a vista y paciencia de un conjunto de horrorizados ejecutivos (ver escena de abajo, tengan en cuenta que es bastante gráfica).

Como esta escena hay otras en que Verhoeven y compañía nos presentan literales paredes de balas aniquilando personas. Aunque al principio se sienten como coreografías típicas de cualquier película de acción, con el tiempo, estas escenas se vuelven inseparables de las tonalidades del mundo ficticio de la cinta. Este es un mundo en el que la programación televisiva está dominada por juegos de mesa sobre la destrucción mutua de la raza humana, sedanes de lujo exageradamente grandes y el consumo de armas de fuego con un enorme potencial destructivo. El mundo de Robocop es claramente uno en el que el consumismo desmedido y la avaricia corporativa son los orígenes de la violencia urbana.

Que la película sea una compleja sátira del nexo entre capitalismo, criminalidad y estado es más que evidente en la forma en que el héroe se comporta. Robocop es simultáneamente un arma muy torpe (en términos de mercancía) y un policía bastante malo y corrupto. Su modus operandi es acabar violentamente con los criminales y luego salir lo más rápidamente posible de la escena, sin dar espacio a cualquier discusión sobre responsabilidad penal o civil por sus actos, la defensa de los derechos humanos o el uso desmedido de la fuerza estatal. De hecho, él empieza a utilizar su ‘modalidad de arresto’ únicamente cuando comienza a investigar su propio homicidio. Se trata de un policía terrible: él nunca pareciera (querer) arrestar a nadie, tampoco colabora con el funcionamiento diario de las estaciones de policía, y jamás se le asignan trabajos más sustanciales que andar en carro atendiendo crímenes aleatorios. Toda la evidencia señala que no se espera que Robocop sea un instrumento para el combate del crimen, sino que un peón en la lucha entre la policía (bajo control de sus nuevos dueños corporativos) y el resto de la población de Detroit.

Pero con todo esto sucediendo en el fondo, la cinta tampoco cae en la trampa de deshumanizar a sus villanos, cosa que otras películas siempre terminan haciendo en su propio detrimento. Está claro que los ejecutivos de la OCP no son buenas personas, de hecho ellos admiten abiertamente que su objetivo final es destripar los distritos centrales de Detroit y luego gentrificarlos para crear un espacio urbano exclusivo para millonarios, llamado Ciudad Delta. Pero, con eso dicho, la cinta no busca caricaturizar la maldad de estos personajes. Al contrario, ellos tienen capas que demuestran límites muy humanos. Por ejemplo: Dick Jones propone seguir con el programa de ED-209, en parte, porque la idea de destruir la identidad individual de personas ordinarias para convertirlas en androides (como Robocop) es algo que él considera moralmente cuestionable.

Esta humanización se expande a la tecnología también. Robocop y ED-209 son dos piezas de tecnología bastante humanas, precisamente porque son torpes y repletas de limitaciones de diseño. Por un lado, Robocop es un androide para nada ágil, que se mueve pesadamente de escenario en escenario, que sólo es capaz de sobrevivir situaciones de combate en razón de su alta resistencia a las balas y que sólo puede alimentarse con comida de bebé. Nadie aspira a ser o vivir como lo hace Robocop. Por otro lado, ED-209 es una sátira ambulante de las incompetentes invenciones de una industria militar demasiado grande y demasiado enamorada de sí misma. Tenemos aquí un robot, alrededor del cual parecieran haberse gastado miles de millones de dólares, sin que alguno de sus creadores pensara en enseñarle cómo hacer algo tan básico como bajar las gradas.

La historia de Robocop no busca ser una epifanía sobre cómo resolver los grandes debates entre lo público y lo privado que derivan del advenimiento de neoliberalismo. De hecho, la cinta pareciera ofrecer un mensaje un poco más nihilista, pero aún más potente. Esta película no empieza con la enunciación del plan de la OCP de tomar control de la policía y gentrificar Detroit. Al contrario, para este momento, la OCP casi ha consolidado su agenda; y para cuando termina la película, nada de esto ha cambiado. Robocop termina acabando con la banda criminal que lo mató y con el corrupto ejecutivo de la OCP detrás de la conspiración, pero esto no hace mella en los planes de la OCP.

En otras palabras, el mensaje de Robocop no era que una oligarquía corporativa y amoral planeaba hacerse con el control de una de las ciudades más famosas de Estados Unidos (e implícitamente del país completo), o que los medios de comunicación se estaban convirtiendo en caras bonitas regurgitando propaganda a favor del sistema, o que el entretenimiento masivo se transformaba en herramientas para embrutecer a las masas, y que Robocop vendría a liberarnos de todos estos males. Más bien, el mensaje era que el mundo de Robocop ya era así desde el puro principio, mucho antes que se diera el primer balazo, y que esto continuaría siendo así sin importar el desenlace personal de nuestro héroe.

El poder del mensaje que subyace a la cinta es sencillo y fulminante; primero, que la anti-utopía del futuro que presenta Robocop es, en realidad, nuestro presente; y, segundo, que el desinterés del personaje principal por cambiar la historia termina siendo un reflejo del cómodo nihilismo con el que el nexo entre capitalismo, consumismo y estado ha terminado permeando a diversos segmentos de nuestra sociedad.

El éxito de Robocop está definido por la forma en que su historia balancea todos sus componentes narrativos y estéticos. Por un lado,  ésta es una película comprometida en ofrecer acción brutal y violenta, pero contextualizada en el complejo mundo ficticio que se busca construir, y en la infinidad de formas en que éste referencia al mundo real en que fue filmada. Por otro lado, aunque hay una ácida crítica de la cultura popular, la política y la economía estadounidense, estos componentes no terminan ahogando la muy humana narrativa central. Por esto es que Robocop desafía categorizaciones: película de acción, sátira de humor negro, western de ciencia ficción, drama criminal… podemos llamarle como queramos. Esta es una película que goza de un equilibrio a menudo perdido en otras, y por eso es una de mis favoritas. Esta cinta está actualmente disponible en Netflix; si nunca la han visto, les recomiendo verla y, como siempre, díganme que les pareció.

10/10 – Espléndida

Dirección: Paul Verhoeven. Guión: Edward Neumeier y Michael Miner. Fotografía: Jost Vacano. Edición: Frank J. Urioste. Actuación: Peter Weller, Nancy Allen, Dan O’Herlihy, Ronny Cox, Kurtwood Smith y Miguel Ferrer. Distribución: Orion Pictures. País: Estados Unidos. Duración: 101 minutos.