Había muchas razones por que recibir esta serie con escepticismo. Desde que Disney compró Star Wars en 2015, los filmes y series que ha producido esta franquicia han sido poco más que esfuerzos burdos y, a menudo, mediocres, para capitalizar sobre la nostalgia de los viejos éxitos. Por eso, cuando anunciaron esta nueva serie – en sí misma una precuela de Star Wars (1977) basada en uno de los personajes secundarios de Rogue One (2016), otra precuela que narra un pedacito del filme original – a mí no me quedó más que volver los ojos frente al cinismo del merchandisng corporativo. 

Pero, contrario a mis expectativas, Andor no sólo es una excelente serie de televisión, sino que quizás el producto mejor realizado y más consistente que produce esta franquicia desde El Imperio Contraataca (1981).

¿De qué trata? ¿Vale la pena?  

Andor comienza con un homicidio involuntario en un recóndito planeta. El responsable es nuestro héroe, Cassian Andor (Diego Luna), otrora un niño separado de su familia, que, en su adultez, se encuentra en búsqueda de su hermana perdida. Su búsqueda lo lleva a los burdeles locales hasta encontrarse acosado por las víctimas: dos abusivos guardias de seguridad de una de las muchas corporaciones que emplea el Imperio para reforzar su control sobre la economía y la violencia de la galaxia. 

Tras el homicidio, Cassian se convierte en el objetivo de una cacería humana dirigida por Syril Karn (Kyle Soller), un ambicioso mando medio que con la captura del homicida, pretende prosperar en la estructura administrativa del Imperio. Muy pronto, la búsqueda de Andor será el catalizador de una escalada de eventos que involucrarán a múltiples otros personajes involucrados en las agencias de inteligencia imperial y la incipiente Resistencia. 

La temporada actual se divide en tres grandes arcos narrativos comenzando y terminando con grandes confrontaciones entre el poder imperial y las poblaciones locales que busca dominar. Sin embargo, el filme también incluye relatos más pequeños sobre un asalto a una base militar y una fuga de una prisión. Todo lo anterior está imbuido con un sentido más amplio de tragedia, pues la audiencia ya conoce cuál es el destino final del personaje titular, pero hace un esfuerzo considerable para desarrollar sus orígenes e historia. En el proceso, el show se lanza a narrar acontecimientos que amplían el universo, pero sin caer en la vieja trampa de la nostalgia. 

Andor es una serie muy convincente, impulsada por personajes bien desarrollados y movilizada por grandes ideas. Es televisión atractiva facilitada por un elenco extraordinario. Diego Luna y Stellan Skarsgard pueden ser los protagonistas, pero la serie está hecha de un conjunto de memorables personajes secundarios actuados a la perfección por Denise Gough, Fiona Shaw, Anton Lesser y Andy Serkis. En efecto, Kino Loy (Serkis) quizás sea uno de los personajes más complejos y multifacéticos jamás producido por las series y las películas de esta franquicia. Aparte de todo esto, la serie tiene una fantástica fotografía y dirección, lo que le permite comunicar con imágenes de forma muy elegante. 

Capital, imperio, ideología y Andor

Una de las facetas más atractivas de Andor es que, diferente de sus predecesoras, se lanza a explorar las bases socioeconómicas y políticas del Imperio, para darse cuenta que es un sistema constituido sobre ideología y control, pero también sobre el capital. 

Siempre ha habido alguna forma de capitalismo en el universo de Star Wars. Después de todo, The Phantom Menace (2001) famosamente comenzó su trama con un bloqueo ligado a una disputa de aranceles sobre rutas comerciales. Andor va mucho más allá, tejiendo al capitalismo dentro de su exploración de la opresión política y las revoluciones; y aunque la serie sabe cuáles son los fundamentos del poder del Imperio Galáctico, también comprende que ese poder está permanente ligado al dinero.

Esto es perfectamente obvio desde el principio. El homicidio que incita la serie en el primer episodio es un abuso de poder de las fuerzas de seguridad privada de una corporación. Simultáneamente, en la capital del Imperio, Mon Mothma (Genevieve O’Reilly) se encuentra lavando dinero para financiar a la naciente Rebelión. Episodios después, el anuncio de este movimiento político ante la opinión pública es el robo del dinero de la planilla de un sector completo bajo control imperial. Esto es lo que encuentro atractivo de Andor, está fuertemente enfocado en los asuntos logísticos de sostener un imperio y una rebelión, en específico, su interacción con una economía injusta. 

Esta es la realidad que los personajes deben enfrentar. El Imperio es obviamente una organización fascista e imperialista, pero Andorsugiere que sus medios de opresión están vinculados al capitalismo. Por ejemplo, más adelante en el relato y como respuesta al asalto rebelde, el Imperio incluye sanciones económicas a todos los sectores que simpaticen con el ataque. La sanción siendo un impuesto para recolectar cinco veces el dinero robado. Luego, en reuniones de las agencias de seguridad e inteligencia, Deedra Meero (Gough) debe justificar nuevas inversiones en seguridad basándose no en cuántas vidas salvarán sino que cuánto dinero podría ahorrarse el Imperio en material no perdido ante la resistencia. 

Para quienes se oponen al imperio, el capitalismo es una realidad con qué lidiar. Luego del asalto, nos damos cuenta que la Rebelión ha sido afectada por nuevas reglas impuestas al sistema bancario que ahora hacen más difícil el lavado de dinero de Mothma. De igual forma, luego de su arresto, Cassian Andor pronto se da cuenta que la colonial penal a la que ha sido enviado es en realidad una fábrica imperial en la que los reos son considerados fuerza de trabajo, y reducidos a una condición similar a la esclavitud en la que deben comprar su libertad con trabajo forzado. Así, Andor se convierte en un empleado de por vida de la máquina imperial. 

En esa prisión, la productividad es todo. El alcaide de la prisión advierte que la prioridad de los encarcelados es cumplir con horarios y expectativas de producción. En palabras de Loy: “la productividad es fomentada. La evaluación es constante”. Mientras tanto, el operador del altavoz asegura que “los prisioneros menos productivos serán disciplinados”. Se trata de una pesadilla en que grupos de reos construyen maquinaria para el Imperio, es decir, las herramientas que serán luego utilizadas para oprimirlos a ellos y a personas como ellos. El sistema se autoperpetúa mediante el orden. 

Aunque la colonia penal es un comentario poco sutil sobre lo que algunas personas llaman el “complejo penitenciario-industrial” en Estados Unidos, también es parte de una cuidadosa reflexión de la serie sobre los apelativos de la ideología capitalista y su importancia política para el Imperio. El capitalismo no es solamente la ejecución violenta del orden. También involucra el desarrollo de un “sentido común”, en la forma de ideologías que facilitan la aceptación voluntaria del sistema. Central en esta ideología es el individualismo y el progreso individual. O sea, se trata de un sistema en que nos asumimos como competidores y en que es natural que haya ganadores y perdedores y donde frecuentemente alguien tiene que perder para que otros ganen. El argumento de Andor es que el imperio garantiza el orden fomentando esta visión de mundo: forzando a sus súbditos a luchar entre sí, en lugar de oponerse al sistema. 

Esto es obvio en la prisión. Al llegar, Andor descubre que varios prisioneros han aceptado el sistema de opresión que los tiene encerrados, pues asumen que hay oportunidades de progreso individual. Por ejemplo, Loy es un prisionero, pero también ha logrado ascender a una relación de supervisión y poder relativo a otros reos facilitando el sistema de producción. O sea, él disfruta de algo que asemeja estatus y privilegio perpetuando el sistema de abuso y violencia que el Imperio ha usado contra él. Él compite en este sistema. Lo mismo sucede con los antagonistas de la serie: funcionarios de rango medio que compiten por estatus, tratando su propio progreso personal como un juego de suma cero; y que en el proceso constituyen sistemas monstruosos de opresión y desigualdad. Esto es evidente a la hora de ver los personajes de Meero y Karn, quienes persiguen a Andor no basados en su creencia en la ideología imperial, sino que como forma de avanzar sus propias carreras. 

Andor consistentemente argumenta que el Imperio está diseñado para fragmentar cualquier oposición potencial usando estos medios ideológicos. En la prisión, el sistema productivo y las ventajas y privilegios de dirigir a los prisioneros minan cualquier esfuerzo de organización contra los guardias de la prisión, pues el progreso individual pesa más que el propósito colectivo. La misma Rebelión es presa de esta mentalidad. Temprano en la serie Saw Gerrera (Forest Whitaker) explica las razones por las que no se une con las demás resistencias. El identifica que las ideologías y luchas individuales de cada uno de los movimientos son la razón, unos son separatistas, particionistas, unificacionistas, neorepublicanos, etc. En sus palabras, esta competencia por cuál debería ser la agenda ideológica de la Rebelión termina haciendo que “todos estén perdidos”. Irónicamente, esto significa también que Gerrera está perdido también, dada su supuesta pureza ideológica. 

Este individualismo extremo es la prisión que el Imperio construye y si los personajes quieren escapar, sólo lo lograrán actuando colectivamente. 

En síntesis, Andor es una excelente serie de televisión y una brisa de aire fresco para el cansado universo de Star Wars. Es una serie emocionante con una historia y personajes convincentes que, en un escenario fantástico, permite discutir grandes ideas y hacer un importante comentario social… o sea, buena ciencia ficción. 

10/10