Confieso que llevaba mucho tiempo sin volver a ver esta película. La vi el año que salió y concluí que estaba bien: acción decente, buena integración de estilos narrativos, interesante trabajo sobre el contexto social en que se produjo, quizás con demasiada “cámara temblorina” y tediosa por momentos. Más allá de esos detalles, lo que me sorprendió en su momento fue la recepción internacional que la celebró como un comentario social progresista. Los críticos del momento la colocaban como un gran ejemplo (en conjunto con Avatar) de cómo la ciencia ficción podía abordar temas de extracción violenta de recursos, colonialismo, seguridad, discriminación, exclusión, etc., para el público general (como si otras obras de ciencia ficción no hubiesen hecho algo así antes). Distrito 9 fue elogiada a más no poder con nominaciones por todo lado, lo que sólo me demostró que a la Academia le encantan sus “salvadores blancos”, porque disputó el premio a Mejor Película con Avatar y Blindside en 2009.  En fin, después de vista, catalogue la película como una obra ambivalente y seguí con mi vida. Bien en lo técnico, narrativo y contexto social, pero con elementos metanarrativos que la hacían problemática como crítica al imperio.

Y luego, Blomkamp (el director de Distrito 9) va y hace Elysium y mi opinión de Distrito 9 se suavizó un poquito. En Elysium la gente rica vive en una base espacial donde viven con todas las comodidades, mientras explotan La Tierra, donde vive toda la demás gente en una situación de precariedad, degradación ambiental y exclusión social. La trama comienza en Los Ángeles, una ciudad repleta de mexicanos que trabajan para las corporaciones de la gente rica que está en su metrópoli espacial, y el único que puede salvarlos es Matt Damon… y no… Vean, desconozco la intención autorial de Blomkamp cuando hizo esa película y quién sabe si Elysium se hizo “por comité”, siguiendo lo que decía la gente que puso la plata, pero esta es una película con un montón de problemas.

Recientemente, volví a ver Distrito 9, quince años después y para un curso parcialmente sobre imperio y creo que mi impresión ha cambiado un poquito. La premisa es que una enorme nave extraterrestre se aparece un día en Johanesburgo llena de extraterrestres. Pareciera que la nave está en mal estado y no puede irse. Sus tripulantes terminan confinados en un gueto – el homónimo Distrito 9 – donde viven en alta precariedad e inanición y bajo la vigilancia del Estado y una corporación multinacional – la MNU – a la cual se concesionó atender sus necesidades y gestionar el gueto. Diez años después, los habitantes de Johanesburgo están hartos de los extraterrestres, a quienes responsabilizan de la criminalidad y otros problemas sociales. La alegoría claramente remite a los conflictos del apartheid y el post-apartheid sudafricano y más específicamente a la violencia xenófoba de 2009 contra migrantes de Nigeria, Mozambique y Zimbabue.

Es curioso referirse a Avatar en conjunto con esta película porque las dos tienen casi la misma trama. Las dos son alegorías anticolonialistas que utilizan a los extraterrestres como los “otros”, recurren a varios personajes arquetípicos que se asemejan y las dos son historias que giran en torno a protagonistas blancos que se transforman en “nativos”. Esta narrativa del “salvador blanco” es sumamente popular en Hollywood porque permite a las películas verse más “progres” ya que hace una crítica a la estructura de dominación de elección; mientras que le agranda el ego a la audiencia, predominantemente del Norte Global, a la que le dice que la solución del problema de la opresión depende, en última instancia, en su propia intervención (removiendo la agencia del otro).

Conviene detenernos aquí para referirme al marco conceptual que me permite distinguir a Distrito 9: imperio y racialización. Cuando hablamos de imperio, generalmente lo hacemos analizando cosas como las prácticas de expansión territorial, las relaciones desiguales en que se integra a múltiples poblaciones racializadas dentro del poder imperial, las maneras en que se gestiona administrativa y económicamente esa vasta estructura y las formas de legitimación ideológica que le siguen. No obstante, esos elementos ofrecen sólo una perspectiva – importante, pero no exclusiva – de ver las cosas. Hardt y Negri, sin embargo, proponen un entendimiento contemporáneo del imperio, en que no debería considerarse este fenómeno como una organización con un centro de poder único, sino que algo más parecido a una red global en que se conjuntan poder militar, económico, político, jurídico y comunicacional que sostiene al capitalismo mundial. Aunque sé que esta idea de desconcentración genera reservas, algo que extraigo es que el imperio, más que una estructura externa y monolítica de dominación, revela una red de relaciones sociales que siguen algo así como una lógica imperial, o sea, un conjunto de prácticas y discursos que moldea identidades, aspiraciones y subjetividades tanto de quienes son dominados como de quienes ejercen la dominación, de quienes sufren el racismo aparejado como de quienes lo perpetúan.

Obviamente, este no es un acercamiento novedoso, pues Franz Fanon ya hablaba de esto señalando el carácter patológico del proceso de dominación imperial y la racialización que le viene aparejada y los traumas psicológicos que provocan en el otro colonizado, quien, en parte, continúa él, acostumbra a interiorizar su supuesta condición de inferioridad para tratar de parecerse al colonizador, al tiempo que el colonizador reafirma su superioridad a partir de la violencia como una respuesta al trauma producido por el temor de una rebelión.

Desde esta óptica, el problema de la narrativa del “salvador blanco” en Hollywood es que coloca al espectador en una posición de superioridad moral. Filmes como Avatar, Green Book, Elyisum, El Último Samurai, Danza con Lobos, entre otras, el héroe – que a la vez trabaja como el punto de vista de la audiencia – es el que “ve las cosas como son”, alguien libre de prejuicios y que está por encima de la discriminación. Esto es porque esos personajes se escriben para verse como el reflejo ideal de lo que la audiencia probablemente piensa de sí misma y no como personas reales dentro del universo narrativo del filme. Los antagonistas en cambio, se presentan como resabios anacrónicos que apunta exclusivamente a malos capitalistas y soldados sadistas como los responsables de la continuidad del imperio y la dominación.  

Esta es una primera separación que eleva a Distrito 9 del resto. La MNU – la corporación capitalista en el centro del conflicto narrativo del filme – actúa motivada por la posibilidad de que el control de los extraterrestres les dará acceso a sus muy avanzadas armas de fuego. Diferente de los Na’avi de Avatar que sólo se encuentran viviendo físicamente sobre una reserva del mineral raro que la malvada corporación anda buscando, en Distrito 9 la corporación debe acceder a la cultura y organización sociopolítica misma de los extraterrestres. MNU y el gobierno de Sudáfrica pudieron construir su campo de concentración y sacar a los extraterrestres en cualquier momento de la década previa, pero no lo hicieron porque ocupan conocer cómo funcionan sus pistolas; y para lograr eso necesitan tenerlos en un solo lugar, y la corporación opta por resolver de una manera que es conveniente para ella, pero que afecta negativamente a todo el mundo, tanto extraterrestres como humanos. Esta conducta se acerca más a la lógica imperial donde el objetivo no es tanto desplazar al otro sino que subyugarlo e incorporarlos al proceso de explotación, siempre mediado por mecanismos de consenso.

El “salvador blanco” del Distrito 9 es Wikus van der Merwe. Desde el principio, mediante el uso de documentales, se nos ubica de su lado. Considerando que la premisa se comunica en el filme de una manera racialmente cargada y más o menos favorable a las intenciones del gobierno y la corporación, pedirle a la audiencia que asuma el punto de vista de Wikus sería un problema. Pero ese no es el caso, porque Wikus es un idiota. Es un burócrata de bajo nivel, cuyo poder viene del nepotismo, no es inteligente o habilidoso, es cobarde y condescendiente y sumamente cruel con la población que supuestamente debería proteger. A diferencia de Jake Sully en Avatar, su transformación en extraterrestre (en el otro) es forzada, traumática y no motivada por ideales o solidaridad. Incluso cuando parece colaborar lo hace movido por egoísmo en una interacción que no deja de ser racializada, dado que su rechazo surge de un rechazo del “otro” por contemplarlo amenazante.

Ligado a esto, el diseño de los extraterrestres debe mencionarse. La película no esta exenta de representaciones problemáticas y resalta la manera en que se presenta a los migrantes nigerianos que comparten espacios públicos con los extraterrestres. No obstante, la representación de los extraterrestres, o “langostinos” como son despectivamente llamados, no me parece que sea parte de ese problema. Los extraterrestres parecieran vagamente humanos en el sentido de que hablan, tienen armas y caminan en dos piernas, pero fuera de eso hay muchas características que los definen: son impulsivos, violentos y algunos parecieran actuar bajo una mentalidad de colmena. Esto podría verse mal, dado que la película es una alegoría a la historia racismo sistémico de un Estado contra su población, y por tanto, resulta chocante presentar a los oprimidos como insectoides que no saben cómo funciona la ropa y que darían su vida por una lata de comida de gato.

Aunque concuerdo que es una decisión problemática, creo que hay algunas fortalezas. Por un lado, la película evidencia que la racialización opera no por reconocer la humanidad del otro, sino precisamente por negarla. El tipo de racialización que deriva en actos terribles como el genocidio o la esclavitud no sucede en el vacío, sino que se deriva de discursos e ideas legitimados por una historia de saberes, incluyendo científicos. Fue un hecho científicamente legitimado y aceptado durante mucho tiempo que las poblaciones no blancas eran naturalmente predatorias, violentos y menos inteligentes, y fue este saber el que se empleó para justificar violencia y opresión de todo tipo, incluyendo instituciones como el mismísimo apartheid (¡el cual duró hasta 1994!). Por otro, al presentarlos así, se atiende un problema que Hollywood tiene sobre cómo se presenta al otro racializado en este tipo de relatos, como mártires buenos y santificados, sin características negativas. Esta práctica de presentar al otro como “salvaje noble”, es otra forma de negar su humanidad pues justifica su defensa solamente sujeta a características intrínsecas que niegan su humanidad. Una población no debería ser considerada intrínsecamente bella, sabia, amable o vinculada a la naturaleza para justificar que se considere malo tratarlos mal.

El desenlace confirma estas diferencias que he planteado. El filme reconoce lo injusto que es que Christopher deba recurrir a Wikus para cumplir su objetivo, especialmente considerando que Wikus fue el que causó todos los problemas que hubo que resolver en la trama. Al final del filme Wikus es una mejor persona, pero su vida no mejora; él no se vuelve líder de los extraterrestres ni nada, más bien, termina condenado a vivir una vida que odia entre un grupo de gente cuyas terribles condiciones él ayudó a perpetuar. No hay redención al final de su relato porque no hay redención que deba extraerse de este tipo de relatos.  

Distrito 9 presenta una visión más realista del racismo y la dominación, sin apartarse totalmente de la fórmula de Hollywood. La película demuestra que la perpetuación de estas estructuras de dominación no depende, como diría Hollywood, exclusivamente de gente mala que trabaja con malas intenciones, en que la única solución es que quienes ejercen la dominación hagan un examen de consciencia y decidan mejorar. En la realidad, todo sistema de dominación también depende del consenso y aceptación de gente como Wikus; y que toman parte en ejecutar violencia contra quienes no merecen lo que les pasó; pero que son perfectamente capaces de sentir frustración y enojo y recurrir a alguna forma de retaliación. El imperio aparece aquí como una relación social compleja que transforma simultáneamente a dominados y dominadores, y esa mirada, pese a sus contradicciones, ofrece una aproximación más incisiva que la de otras películas de su estilo.